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Edimburgo, la capital de Escocia, se encuentra enclavada entre las colinas Pentland y el estuario del Fort, una situación que ofrece al visitante una vista sorprendente y diferente desde cualquier punto cardinal.
Enclavada entre la bruma de las Highlands, en puro granito y madera, se yergue intacta la antigua Old Town de Edimburgo. A sus pies, la elegancia de la Ciudad Nueva es la excusa perfecta para resaltar el contraste. Incluye todo lo que se espera de una gran capital, eso sí, concentrado en un espacio relativamente pequeño. Su emplazamiento es bastante curioso ya que se encuentra a un par de kilómetros del mar y entre siete u ocho colinas de origen volcánico.
El mar es en realidad una ría que se conoce como Firth of the Forth (Firth es ría en escocés y Forth es el nombre del río que desemboca allí). Si tienes tiempo vale la pena acercarse al puente ferroviario que cruza al antiguo reino de Fife. Está a unos quince kilómetros del centro y fue construido por un ingeniero contemporáneo de Eiffel, el cual vino a la inauguración.
A primera vista, destaca el Castillo de Edimburgo en lo más alto de Royal Mile, sobre el cráter de un volcán extinto. Muy próximo está el Palacio de Holyroodhouse, lugar de residencia de los reyes escoceses. Numerosas leyendas de asesinatos, fantasmas y brujas circulan sobre estos edificios y en muchos otros.
Edimburgo es una ciudad reconstruida sobre restos antiguos y resulta sorprendente descubrir las historias que se cuentan que sucedieron en esos lugares.